martes, 23 de agosto de 2011

Cuando al día siguiente subí a cubierta... (a continuar)

Cuando al día siguiente subí a cubierta, el aspecto de la isla había cambiado por completo.

Ya no era aquella isla paradisíaca a la que habíamos ido para celebrar nuestro matrimonio, sino que resultaba amenazadora. Y no sabía cómo explicarlo, pero me daba pánico pisar su tierra.

Aun así, compuse una sonrisa para mi esposa, que miraba extasiada hacia la pequeña isla, y la abracé con fuerza.

Besé su frente y sus cabellos, e hice de tripas corazón del amnargo sentimiento que me inundaba.

Lo más inquietante era que no había ningún pasajero que bajara a aquella isla, aunque fuera por visitarla.

Daba la sensación de que todos se habían escondido en sus camarotes, como si estuvieran a buen recaudo, y morí por hacer lo mismo con Eleonora... pero no podía pedirle aquello.

Ella seguía mirando maravillada la densa neblina que engullía cierta parte de la isla ; eramos los únicos que nos íbamos a aventurar trs la espesa arboleda que separaba el emarque donde habíamos atracado del motel donde nos íbamos a hospedar.

Menuda noche de miel nos esperaba... para mí se había convertido en la noche de hiel... pero no se lo podía decir, obviamente. No podía destrozarle su ilusión... sí que, reuniendo templanza, la cogí de la mano, y seguí a un grumetillo que cargaba con nuestras maletas, y que bajó la escalerilla que nos ocnectaba con tierra firme.

Estaba anocheciendo, cosa que hacía que todo fuera más lúgubre, y recé por llegar a nuestro destino lo mas pronto posible.

No podía dejar de tener la sensación de que algo nefsto iba a suceder, y mis pies se empeñaban en dirigir mi cuerpo hacia el camarote del barco.

Gruñía al grumetillo, ya de mal humor.

Me miró con sonrisa desafiante pero no dijo nada, y plantó las maletas en el suelo...

Dandonos la espalda, regresó al barco, y le envidié soberanamente. Pero Eleonor me dió un beso en la mejilla, y volví a convencerme de que mi comportamiento era estúpido, y que debía dejarme de monsergas...

Miré hacia el viejo harapiento que acomodaba las maletas en un hueco de la calesa. Me llevé las manos a la cabeza al ver ese transporte ; sí, era curioso y romántico para Eleonora, pero para mí era incómodo y vergonzoso.

Sea como fuere, le ayudé a acomodarse en aquél trasto, y me senté a su lado, rodeandola con los brazos.

Eché un último vistazo al barco, y mi espina dorsal fué atravesada por un escalofrío, el grumete estaba de pie junto al capitán, que hbía emergido de donde estuviera y nos estaba observando, como si se despidiera silenciosamente de nuestros cuerpos.

Ambos estaban fumndo lgo parecido a un hábano, y sonreían con maldad.

Giré bruscamente sobre mi costado, mirando a Eleonora y sonriendola tímidamente, ella me miró con los ojos enttornados y sonrió a su vez, apoyandose en mi pecho y empezando a dormitar.

Sonreí con su ronroneo ; aquello era paz.

La achuché mientras notaba cómo el carruaje empezaba a traquetear, y se zambullía en


(a continuar)

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